Quize empezar con esta frase del papa Francisco ya que ha cambiado la vida de muchos jóvenes cuando estos se preguntan ¿Para qué?
¿Por qué? ¿Por quién? Ya que vivimos en un mundo en el cual nos olvidamos de los demás, nos enserramos en nosotros mismos y perdemos el sentido de la vida y el servir a los demás.
Cuando
un joven vive la misión todo empieza a ser más claro en su corazón y en su
mente y empieza a encontrar respuestas a estas preguntas ¿Para qué estudiar? ¿Para qué graduarse?
¿Para qué existir? Es ahí donde el joven debe entender que la verdadera
felicidad se encuentra en la entrega pura, desinteresada, y entera al prójimo.
Se da cuenta que no sirve de nada tener un título
profesional o contar con salud si estos
no son puestos al servicio de los demás. Conforme va viviendo la misión encuentra que Dios es
tan grande, y que su amor es inmenso.
En medio de tantos sufrimientos, Dios le pregunta al
misionero: ¿Por qué no haces algo? ¿Por qué no los consuelas? ¿Por qué no te entregas? Es ahí donde
comprende el misionero que Dios no elige el mal para las personas y que si este
misionero es testigo de la carencia y dolor ajeno, es el responsable de actuar,
de poner su grano de arena, de entregar el corazón y la vida por cada uno de
ellos que sin conocernos nos abren las puertas de sus casas por que ven en el
misionero un consuelo y esperan
encontrar en él una palabra de aliento.
Y así el
misionero encuentra respuesta a su última pregunta: ¿Para quién? Y se da cuenta
que es para cada alma que Dios pone en su camino, desde el chofer del autobús,
un enfermo, hasta nuestro compañero de misión.
Al vivir la
experiencia de misión cualquiera pensaría
que llegas a la comunidad con las manos llenas y regresas a casa con
ellas vacías porque ya lo diste todo en el campo de misión. Pero es todo lo
contrario porque regresas a casa con las manos y el corazón desbordantes de sonrisas, testimonios... Y esta es la
alegría del evangelio de la que nos habla el Papa Francisco.
La misión se
vive con armonía, con la entrega desinteresada de cada una de las personas, la
gratitud de los beneficiados y el amor que se respira en cada rincón. Esto nos
deja claro que es Dios quien actúa en
cada uno de los misioneros. La misión nos abre los ojos a la realidad, nos
sensibiliza el corazón y nos volvemos uno más de ellos. Me despido con esta
frase: «Quien diría que los que menos tienen son los que más te darán».
Lionel
Fraternidad Asuncionista
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