Cuando llegué a México para este taller de
formación de jóvenes religiosos, honestamente no sabía qué es lo que iba a
hacer. Me pregunte a mí mismo si acaso ¿Tendríamos que sentarnos durante días
de conferencias a escuchar los testimonios de quienes nos antecedieron? O si
sería una sesión de reflexión sobre cómo podemos responder a los hombres de hoy
sobre la situación actual de la Iglesia.
Lo anterior era lo que pasaba por mi mente
mientras mi hermano Peter y yo viajábamos a México. Esto hizo que el propósito
de nuestro taller de formación fuera más estimulante. Estábamos en México para conocernos. Este objectivo era simple y profundo al mismo tiempo. Digo profundo porque el ''conocimiento'' no era lo que habíamos escuchado anteriormente sobre nuestros hermanos en los anuncios provinciales, o en las redes sociales.
El primer día, nos presentamos uno por
uno, compartimos nuestras historias personales. Al escuchar a mis hermanos
compartir sus historias, y saber quiénes son, qué experiencias de vida los
llevaron a vivir de forma única su vida religiosa, me llené de gratitud.
Gratitud a mis hermanos por compartirme sus luchas, sus alegrías, sus triunfos
y su tristeza en sus respectivos caminos. Caminos que llevan, al final, a la
verdad de Jesucristo.
Entonces,
aunque me encontré con algunos de mis hermanos por primera vez, sentí que
pertenecíamos a la familia Asuncionista a través de sus historias. Esto me hizo
preguntarme: “¿Cuántas veces hemos tenido verdaderos encuentros fraternos con
los hermanos? O con qué frecuencia las personas conviven realmente en la
sociedad?” Con esto me di cuenta que lo que pudimos vivir durante todo el
taller de formación fue “la cultura del encuentro.” Así como “encontramos” a
nuestros hermanos en sus historias, la formación asuncionista se da para
llevarnos a un encuentro más profundo con Jesucristo así como encontramos con
nuestro ser más profundo y verdadero.
La formación en sí misma es un proceso, una historia de
transformación. No es un sistema de producción. Durante el taller, nos invitaron
a sumergirnos aún más profundamente en el abrazo misericordioso y la redención
de Cristo. La obra de evangelización consiste en invitar a otros a ese mismo
encuentro, a ese mismo momento de salvación que se abre a una vida que se
salva, se gana para Dios.
En una sociedad tan afectada por el
individualismo, el aislamiento y la soledad, esta misión que nos han
encomendado, para encontrarnos verdaderamente con Cristo y con los demás, es
algo en lo que hay que perseverar.
Daniele Caglioni, a.a.
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