Mi primera Pascua en México,
la celebré en San Juan Coatzospam (Oaxaca), un sector de la parroquia Santa
María de la Asunción, situada a 792 km al este de la Ciudad de México, hogar de
los pueblos Mazateco y Mixteco. Esta región se extiende en el sureste de
México, en los estados de Oaxaca, el este de Guerrero y en el sur de Puebla. Los
hermanos (Asuncionistas) Germán González,
Irvin Santiago, Louis Kivuya, Marciano Lopez
Solis y yo mismo formamos parte de un grupo de 102 jóvenes en total,
pertenecientes a diferentes grupos de las pastorales juveniles de la Arquidiócesis
de México, de Irapuato (Guanajuato), de Puebla, de San Luis Potosí y también un
joven misionero venido de Colombia.
La organización de esta misión
así como de muchas otras actividades de este tipo es un signo elocuente que
demuestra que la Iglesia mexicana se compromete, cada vez más, a la formación
de una nueva generación de jóvenes, cuya visión de la vida está fundada sobre
el compromiso y el servicio con los demas, siempre siendo capaces de testimoniar
dentro de su medio una nueva manera de percibir el mundo, de servir y de vivir
la fraternidad.
En la parroquia asuncionista
Emperatriz de América de México, la pastoral juvenil se enriquece con la
iniciativa de “Misión Amor y Servicio (MAS)”, llevada a las regiones de Oaxaca
hace apenas dos años por Alexis Vadillo,
Hilda Santiago y Rodrigo Pérez entre otros jóvenes que
conforman el equipo. Estos jóvenes católicos están comprometidos con su Fe
tanto con la parroquia como dentro de sus otros aspectos de vida personal. El
objetivo de esta iniciativa es llamar a los jóvenes a implicarse efectivamente
en la obra de la evangelización, especialmente en las periferias y regiones pobres,
durante la semana santa. Los jóvenes siempre responden con mucha generosidad y
entrega, siempre dispuestos al servicio.
La pastoral que se realiza es
una pastoral cercana que permite a los
jóvenes misioneros palpar con sus manos las realidades particulares de cada
sector y de aportar, en la medida de lo posible, su humilde contribución. En
general ésta comprende escuchar a las personas, visitar a las familias,
administrar los sacramentos, organizar jornadas de reflexión y jugar con los
niños y jóvenes de ahí, además de otras actividades de este tipo, cuyo objetivo
es la promoción de la fe cristiana.
En total se formaron 11
grupos, teniendo en cuenta el número de capillas que conforman la parroquia
(una treintena) y contando cada uno con 7 a 12 misioneros. Cada uno de nosotros
forma parte de uno de estos grupos destinados a un sector de esta parroquia.
Nuestro grupo era de 11 misioneros: Abigail
Moras, Annie Mendoza, Francisco Posada, Gabriela Burela, Isaac
González, Jimena Patlán, Ricardo Lobo, Rodrigo Mijares, Sheila
Méndez, Stephany Marchand y yo.
Salimos de México a las 8:20 am.
El viaje, efervescente y lleno
de este calor juvenil se efectuó en un ambiente tan alegre que uno se sentía
bien de estar en medio de esta juventud entusiasta y ambiciosa. A las 12:40 nos
detuvimos en Puebla 20 minutos. Después de comprar algunas provisiones
retomamos nuestro camino hasta Huautla de Jiménez, una pequeña ciudad municipal
del estado de Oaxaca, capital de la prelatura apostólica y la última parada
antes de entrar en una zona sin señal telefónica. Esta escala le permitió a
cada uno tener una última conversación telefónica con sus padres, amigos o
conocidos.
Estábamos por llegar cuando
nos vimos envueltos en una capa espesa de neblina, obligando al valiente chofer
a desacelerar. Este es un aspecto caracteristico del clima de esta región
Mazateca-Mixteca, siempre cubierta de neblina, con lluvias constantes, que
confirma el nombre que se le da a su gente de « gente del país de la
lluvia ». Es una región esencialmente montañosa de un aspecto pintoresco.
A las 7:30 pm, al llegar a
nuestro destino, Ayautla, experimentamos un sentimiento de hospitalidad, calor
y alegría. Los organizadores de la misión lograron crear una atmósfera
particular en este lugar y nos hemos encontrado como en casa. El cura de la
parroquia, el padre Victor Villalobos,
con su multitud de catequistas estaban ahí para recibirnos. Después comenzamos
a bajar las maletas, operación que nos tomó casi 40 minutos. La atribución de
un color por cada grupo hacia la tarea un poco más fácil.
Al terminar de bajar las
maletas cada grupo fue llevado por sus catequistas hasta donde iba a estar en
la semana. Nuestro grupo, con el color morado, acompañado de la catequista Claudia, tomó el camino de San Juan de
Coatzospam, uno de una treintena de sectores de la parroquia Santa María de la
Asunción, donde nos quedaríamos por el resto de nuestra estadía. Nos dieron
café, « tortillas gorditas » y frijoles. Después de la comida y
charla, nos dieron nuestro dormitorio que se comprendía de tres cuartos.
Al acabar nuestra instalación
en el dormitorio, el grupo de 11 misioneros nos reunimos para enterarnos de las
directivas y del programa de actividades diarias. Todo se cerró con la oración de
la noche. Dirigida por Annie Mendoza,
Jimena Patlán e Isaac González, la oración estaba compuesta por un momento de
reflexión sobre un texto del Papa Francisco sobre vivir la misericordia a
través de actitudes humanas como la proximidad con los pobres, la lucha contra
la violencia y las injusticias sociales.
Domingo de Ramos: Nuestra
primera mañana amanece con neblina y ya amenaza llover. A pesar de los
caprichos del clima, debíamos empezar a trabajar. En este primer día todo el equipo
se dedicó a la visita de las familias del pueblo. Habíamos visitado apenas
tres. Nuestro momento con el señor Nicolás
Robles tocó nuestro corazón, un joven comerciante del pueblo que nos
encontramos en el camino y nos condujo hasta su depósito de venta de maíz.
Después de una larga platica con él, procedimos a bendecir su depósito. Cuando
ya nos íbamos nos ofreció un té de limón caliente, que nos tomamos con mucho
placer.
Al salir, llegamos a la iglesia
San Juan Coatzospam, antes de iniciar la procesión de ramos. Es una iglesia muy
antigua que data de 1750, dedicada al apóstol San Juan, muy venerado por el
pueblo Mixteco a causa de sus múltiples milagros y cuya estatua gigantesca domina el
lado superior de la Iglesia.
Con simplicidad y fervor, la
gente del pueblo portó los ramos para aclamar a Jesús y celebrar el anuncio de
su vitoria ya próxima. Fue bello y conmovedor, lleno de alegría y de esperanza.
Muchas personas del pueblo participaron. Como lo requiere la tradición,
transportamos sobre la espalda de cuatro fuertes jóvenes, un enorme asno de
arcilla montado por Jesús sonriendo, todo chapado sobre un cuadro de madera muy
resistente. Sin embargo, después de ese momento de euforia y júbilo, nos
encontramos con el shock brutal del sufrimiento de Jesús que nos habia sido
recordado.
Su último caminar, dividido por
etapas muy coloridas, nos revela a un Jesús más bello y humano que nunca, pero
también nos hace ver al mismo tiempo nuestro comportamiento versátil y
nuestras maneras, y lo que llegan a tener de desagradable, injusto y malo. A
través de su valiente caminar, Jesús nos da un fiel eco del dolor y sufrimiento
que nosotros experimentamos cotidianamente: el desprecio, la traición, el abandono,
la violencia, la envidia, el rechazo así como otros tantos males más que nos infligimos
los unos a los otros… tal vez hasta morir.
Al releer el relato de su
pasión, encontramos sus rastros y huellas en nuestra propia carne, en el
sufrimiento de los hombres de todos los tiempos. Al meditar sobre las pruebas
de Cristo y la forma en que las vivió, comprendemos la profundidad de su amor y
su cercanía por lo humano. Al sufrir su pasión, Cristo se revela de tal forma
como uno de nosotros que nos hace sentirnos próximos a Él. Pero a la vez tan
diferente también, cuando consideramos todo el amor que lo mueve, la ausencia
de oposición y de sentimiento de venganza, la moderación y la profunda libertad
que lo caracterizan.
Así, si nuestras penas y
dolores nos hacen participar de su suerte, falta reconocer que nos queda mucho
por hacer para imitar su valor, su fortaleza, su gran paz interior, su amor
incondicional. Eso fue lo esencial de mi homilía, dada en español, pero
traducida al mixteco para que todos la pudieran entender. Fue la catequista
Claudia que hizo la traducción con mucha destreza verbal doblada de una fidelidad
increíble al mensaje transmitido.
Después de la celebración del
domingo de Ramos y la Pasión del Señor, nos tomamos un momento para platicar
con algunas personas de las que participaron en la celebración. Después, los
jóvenes misioneros comenzaron la recitación del rosario con la gente del
pueblo, mientras que yo confesaba.
Al final del día, después de
cenar, tomamos un momento para hacer un examen de consciencia, seguido de la
evaluación del día. La meditación que siguió estuvo centrada en el texto de San
Mateo sobre la tentación de Jesús en el desierto. Después de haber establecido
el programa del día siguiente, nos retiramos para la noche.
Lunes santo: Un día triste y
lluvioso. Mucha neblina sobre los senderos, que hizo difícil la visita de los
enfermos. Pero el equipo de misioneros debía afrontar la lluvia y ponerse a
trabajar. De dos en dos, nos dispersamos en el pueblo para visitar a las
familias, a los enfermos, llevándoles la Palabra de Dios, la unción de los
enfermos, el cuerpo de Cristo, nuestra simple presencia… Estas visitas son muy
interesantes dado que nos permiten tocar con nuestras manos la realidad
eclesial de este rincón perdido de Oaxaca. Regresamos totalmente revigorizados
por la fe y la alegría que animan a esta gente, a pesar de sus dificultades.
En la tarde-noche nos reunimos
con un grupo de niños en el salón multiusos, vecino de la iglesia de San Juan,
para tener diversos juegos. Después siguió el rezo del rosario y la celebración
eucarística. Al salir de la misa, fuimos invitados a cenar en casa de una
pareja joven del sector Constantino
Morales y Merlín. Muchas
tortillas y mole. Al regresar a nuestros cuartos, organizamos una reunión de
evaluación del día y compartimos las actividades realizadas.
Martes santo: Nos levantamos
con un sol matutino espléndido que fue como un poco de bálsamo al corazón, después
de tres días de lluvia y de frío, con la neblina que todos los días estaba a nuestro
alrededor. Este día, con su sol matutino, parecía prometedor. Como vivíamos en una
zona sin señal de celular, me fui a un pequeño cibercafé de la esquina a
consultar mis correos. Ahí fue que me enteré, con estupefacción, de la trágica
noticia del asesinato del padre Vincent Machozi, hermano padre asuncionista muy
comprometido con la defensa de los derechos humanos y la búsqueda de soluciones
para una paz durable en el Congo, especialmente en la región de Kivu.
Después nos dividimos de dos
en dos, para ir al pueblo en diferentes actividades apostólicas. Stephany Marchand y yo, fuimos a
visitar a los enfermos en el extremo oeste del pueblo, acompañados de dos
catequistas: Antonio Morales Pacheco
y José Castro Valdivia. En el camino
de regreso al dormitorio, nos desviamos para visitar a una familia en la que el
padre y la madre, los dos maestros de secundaria, habian escapado de la muerte en un
accidente de circulación. La conversación fue muy interesante.
Y como se aproximaba la hora
de la celebración eucarística, tomamos el camino a la iglesia. Y durante la
eucaristía, recé por el descanso del alma del padre Vincent Machozi y la paz en
el Congo-Kinshasa. Al salir de la celebración fuimos invitados a cenar y nos
sirvieron el Tesmole de huevos (una especie de avena con huevos), evidentemente,
con tortillas, una comida muy preciada en la región, pero también en todo
México. Al regresar al dormitorio hicimos nuestra evaluación del día seguida de
la oración final.
Miércoles santo: En la mañana,
con Jime, nos fuimos a la Soledad,
una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Soledad y vecina de San Juan,
acompañados del catequista José
Hernández, para visitar a un enfermo. Era un señor que regresando del campo
se habia resbalado en una pila de piedras colocadas al borde de la ruta principal
que atraviesa la ciudad. Se golpeó el brazo izquierdo y tenía un gran golpe en
la espalda. Después de los cuidados del hospital, quería ver al padre para
que le diera el sacramento de los enfermos. Rezamos por él y después recibió la
unción de los enfermos. Antes de decir adiós a la familia, su hijo nos ofreció
algún enfriamiento en signo de gratitud.
De ahí nos juntamos con los 7
jóvenes misioneros en la capilla de la Soledad. Y ahí, mientras Jime y José se entretenían con los
jóvenes, yo escuchaba las confesiones. Del otro lado de la capilla, Pepino se divertía alegremente con los
niños de ahí. Al regresar pasamos por atole de maguey (hervida maíz a la miel
salvaje) muy delicioso en casa del mayordomo donde se juntaban un gran número
de notoriedades del pueblo.
A las 15h00 celebramos la misa
en memoria de María Dolorosa. Como lo requiere la tradición, hubo en la entrada
de la Iglesia una gran bendición de velas, es un momento importante para la
gente. Al salir de la misa, Abigail y
yo nos fuimos a la capilla vecina de San Martín, donde junto con el parroco una
gran cantidad de gente nos esperaba para recibir el sacramento de la
reconciliación. Antes de regresar a San Juan, donde íbamos a participar en una
eucaristía en honor de la virgen María de Nazaret, platicamos un rato con los
jóvenes misioneros de San Martín.
Jueves santo: En la mañana,
visita a los enfermos y bendición de velas según la tradición. Via
crucis a las 11h00. En la tarde, alrededor de las 15h00, como lo requiere la
tradición mixteca, la comunidad de los doce apóstoles (doce jovencitos
escogidos, de entre 10 y 12 años) comparte una comida en la entrada de la
iglesia. Esta comida consiste de tortillas, de pescado y de una variedad de frutas.
Después cada discípulo recibe
una parte de la comida que se lleva a su casa para comerla en familia.
Naturalmente, una cesta con víveres es ofrecida al padre que participa en esta
comida, memorial de la última cena. Después de la comida, fuimos a la Iglesia
para la celebración de la cena. Al término de la cena, hicimos una procesión de como 30 minutos antes de participar en la adoración del santo
sacramento. Después nos invitaron a cenar en casa del mayordomo de Nazaret. De
regreso al dormitorio, evaluación del día, oración de la noche y a dormir.
Viernes Santo: La celebración
de la pasión de Cristo. En el pueblo mixteco, esta celebración es absolutamente
impresionante y llena de misterio. Es un signo que demuestra que la tradición no esta
por lo tanto rechazada en favor de la adopción del cristianismo. En el viacrucis, se forman dos grupos con caminos diferentes: el primero lleva un
enorme Jesús, con su túnica roja, manchada de sangre y su cabeza coronada de
espinas. Este Jesús se coloca sobre una especie de marco de madera y
transportado por cuatro fuertes jóvenes caminando en paso de luto; el segundo
grupo lleva una enorme María, vestida con una túnica violeta y con un velo del
mismo color y coronada de una diadema con bordados afilados. Lo más
impresionante es el encuentro entre la madre y su hijo.
En San Juan Coatzospam, este
encuentro se da en un cruce de caminos, donde las dos procesiones se
encuentran. Encuentro conmovedor, momento lleno de emoción donde varias
personas estallan en lágrimas. Durante un tiempo se guarda silencio absoluto.
Después, la madre y el hijo toman el camino de regreso a la Iglesia para la
celebración de la pasión de Cristo.
Otra escena conmovedora y
espectacular, el descenso de Jesús de la cruz. Antes de ser puesto en el ataúd,
el padre es invitado a hacerle reverencia. Después, comienza una nueva
procesión siguiendo el mismo trayecto del viacrucis, animada por
cantos de duelo y estallidos de cuetes. Al regresar a la iglesia, comienza por
fin la celebración de la pasión propiamente dicha.
Después de la celebración, nos
invitaron a cenar con la familia del señor Francisco, uno de los ancianos de San
Juan. Al regresar al dormitorio, estábamos maravillados por el claro de luna
que inundaba con su luz todo el valle de San Juan, que, de noche, parecía un
inmenso mar blanco.
Sábado de gloria: Un bello día,
con un cielo claro maravillosamente soleado y perfectamente despejado. En esta
mañana, mientras cantaban los pájaros en los árboles, asistimos a la oleada de
jóvenes provenientes de diferentes sectores de la parroquia a participar en la
reunión de todos los jóvenes con los misioneros venidos de México. Un día
absolutamente movido y animado.
El salón multiuso estaba listo
y bonitamente decorado en esta circunstancia. Rápidamente, se llenó de una gran
cantidad de jóvenes. Una vez ahí, la palabra fue dada al joven seminarista
Misael Olivares, futuro diácono, que nos hizo una exhortación muy sugestiva
sobre el tema de la vocación. Notamos también la presencia remarcable del cura
de la parroquia, quien se desplazó también a San Juan para vivir de cerca esta
actividad apostólica de los jóvenes y motivarlos a continuar haciendo esto.
La tarde se prosiguió por
espectáculos diversos, y todo el mundo se entregó a corazón alegre a los
juegos, a las canciones, y a los bailes regionales. Al cabo de algunas buenas horas
de diversión, salimos de la sala para proseguir con los juegos al
aire libre. A la primera hora de la noche, fue la vuelta al redil. En cuanto a
nosotros, perseguimos nuestra tarde con varias bendiciones de velas.
La celebración de la vigilia
pascual, magníficamente preparada por los jóvenes de nuestro grupo, fue un
momento fuerte de apertura a la gracia pascual. Muy naturalmente, la vigilia
comenzó por afuera, delante de la iglesia San Juan, con fuego preparado por los
catequistas.
Comencé la celebración con un cirio pascual nuevo y bello, que
representa aquí a Cristo. Luego, entramos en la iglesia en procesión, con como
sola iluminación el cirio pascual que la gente seguía, con sus pequeños cirios
encendidos del cirio pascual, y se los comunicaron su luz frágil uno a otro, a
la imagen de la luz aportada por Cristo, que se difunde poco a poco.
Luego, siempre en la penumbra,
escuchamos la lectura del cuento de la Creación en el libro del Génesis, luego
otros escritos fundadores de la historia de nuestra fe. Más tarde, la iglesia
se iluminó mientras que cantamos todos juntos: gloria a Dios. ¡Aleluya!
¡Aleluya! Perseguimos la celebración de la Eucaristía con alegría y fervor.
Después de la misa, según la
tradición, fuegos artificiales estallaron y de repente, las llamas inmensas
abrasaban el cielo azul de San Juan y coloreaban de una luz anaranjada todo lo
que estaba alrededor. Luego una fila larga se formó espontáneamente. Y fue la
hora de la veneración de Jesús, reposando apaciblemente en un ataúd inmenso y
vítreo. Fui muy impresionado por el fervor y la afluencia de la gente del
pueblo a esta práctica
Domingo de Pascua: desayunamos
con la familia de la pequeña Gema, después regresamos al dormitorio para hacer
las maletas. Celebré la misa a las 11h00, delante de una asamblea compuesta en la
mayoría por misioneros jóvenes provenientes de otros sectores de la parroquia y
de gente del pueblo.
Estuvo una celebración muy
viva, orante y llena de fervor, sobre todo porque los jóvenes tomaron a cargo
la animación litúrgica y el servicio. Después de la misa, fue la hora de los
saludos y de las despedidas. La emoción estaba visible en las caras de los fieles de San
Juan…
El viaje de regreso a México
comenzó a las 12h45, animado de gritos de alegría. 15h45, nos detuvimos 45
minutos en Tuxtepec para comer algo. A las 2h10 de la madrugada llegamos a la
parroquia, recibidos por un buen número de padres que venían por sus
hijos.
Este viaje fue para mí
sinónimo de encuentros bellos, descubrir este rincón perdido de Oaxaca, con
su paisaje variado y salvaje, sus habitantes y sus tradiciones. El pueblo
Mixteco nos dio a conocer sus magníficas tradiciones y experiencia, pero también
nos reveló una faceta menos luminosa de un México que sufre en crisis. Una
semana interesante y rica en emociones.
Esta misión de los jóvenes nos
permitió vivir encuentros magníficos con un súper equipo de acompañamiento de
jóvenes verdaderamente bien soldados y eficaces sobre terreno. Una cercana y
magnífica convivencia con las personas que encontramos. Pláticas muy
agradables con los enfermos, donde fue necesario volcarse al otro. Un aire
agradable y modesto, impreso de simplicidad y cordialidad donde uno tiene la
impresión de vivir en familia. Diré que recibimos más que dímos. Como
grupo, tuvimos también muchos momentos de diversión y de conversación donde las bromas y el humor
estaban siempre en la cita.
Las sonrisas, los cumplidos cálidos
y los agradecimientos conmovedores, sobre todo de las personas enfermas así como de
los hombres, mujeres y niños del pueblo me hicieron comprender la importancia
de los jóvenes para esta misión. Ahí, volvemos a aprender la humildad y
la simplicidad. Y también se siente bien poder contribuir también a la
felicidad del otro, a su desarrollo.
¡Quedan en mi memoria Claudia y Gema!
La primera, por la vivacidad de su inteligencia. En efecto, supo
traducir a la lengua mixteca con facilidad mis homilías y la gente lo
apreció mucho. La segunda, simplemente por el hecho de que es una “joya”
de
niña, de una vivacidad legendaria y de una espontaneidad increíble. Fue
ella que nos recibió con su sonrisa proverbial, las dos veces que fuimos
a la casa de
sus papás. También aprecié la sonrisa y la gentileza de las personas
enfermas a
pesar de su discapacidad, siempre llenas de felicidad, de esperanza y de
fe.
Y si hubieran estado ahí
cuando nos despedimos, apuesto que no hubieran podido retener sus
lágrimas. Una semana y dos días parecían años despues de haber vivido rápidamente tanto cariño. Tal vez, con un pequeño regalito, un poco de café, un producto
artesanal, un poco de azúcar, ellos juntaban las palabras exactas para decir
gracias. ¡Y muchos de nosotros lloramos!
Regresamos por lo tanto
alegres, con una visión de las cosas muy diferente. Gracias a todos por esta
semana de felicidad, y por haber permitido encontrarme ahí humanamente,
espiritualmente y con la vida. Gracias por los encuentros, por esas sonrisas,
esa convivencia. Gracias a todo el equipo de organización por su experiencia.
Gracias a Rodrigo Mijares por la
corrección de mis homilías en buen español.
Cansado al final del viaje,
aquejado por una diarrea terrible, escribo esta bitácora de viaje con el peso
del cansancio, pero sin ningún remordimiento. Porque en mí queda la experiencia
de que es posible tener una gran alegría. ¡Experiencia que uno no se puede
perder! La aconsejo aunque tal vez la adaptación no sea fácil. ¡Bello
descubrimiento!
(Este texto ha sido traducido
del francés al español por Rafael Mijares, con la colaboración del padre Gary
Perron, a.a. Les agradezco de todo corazón.)
Sébastien Bangandu, a.a.
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