Queridos Hermanos, queridas Hermanas, queridos
amigos,
Padre Benoît Grière, a.a. |
Hace sólo unas semanas no podíamos imaginar que
nuestro mundo se enfrentaría a una grave crisis sanitaria. Y así, "Como en
los días de Noé... comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que
entró Noé en el arca y vino el diluvio..." (Lc 17, 26-27).
Este mensaje que os dirijo es un estímulo para vivir
este tiempo de angustia en la paz y la esperanza. Nuestra Cuaresma será más
larga este año, porque es muy de temer que las medidas sanitarias se prolonguen
más allá de la fiesta de Pascua. Aprovechemos este tiempo para fortalecer
nuestra amistad con Jesucristo. Es demasiado pronto para extraer lecciones de
la crisis actual. Ahora lo primero es luchar contra el mal. Los numerosos
ejemplos de solidaridad deben motivarnos para contribuir al impulso de
generosidad que corre por los corazones de nuestros contemporáneos. El error
sería replegarse en mí mismo y olvidar al hermano o hermana que comparte mi
destino.
Dediquemos tiempo a leer la Palabra de Dios con más atención. Tratemos
de descubrir cómo nuestros antepasados en la fe pudieron pasar por tan duras
pruebas poniendo su confianza en el nombre del Señor. Pongamos nuestra energía
en desarrollar nuevas solidaridades. En primer lugar en nuestras comunidades,
donde muchos de nosotros estamos ahora confinados; pero también fuera de ellas,
conectando con las personas aisladas por medio del teléfono o de otras redes de
comunicación. Procuremos testimoniar nuestra fraternidad a los ancianos que
tenemos en residencias, y manifestarles nuestra amistad. Prestemos atención
también a las comunidades que se encuentran en situación precaria por falta de
medios para vivir, y seamos solidarios. Vivamos en comunión de corazón y de
espíritu con los laicos de la Asunción, algunos de los cuales están en primera
línea de combate contra este flagelo.
Pero cultivemos también la virtud de la esperanza. No
es bueno sumarse al coro de quienes critican a los responsables políticos o
sanitarios queriendo señalar a los culpables, a los responsables. En el combate
contra el mal, que es de lo que se trata, hemos de comprometernos a dar
testimonio de la esperanza cristiana, que es "esperanza contra toda
esperanza" (Ro 4,18). Recordemos más bien la palabra de Jesús, que decía
que hay que "trabajar en las obras de Aquel que le ha enviado mientras es
de día". (Jn 9, 4). Aunque pensemos que cae la noche, nuestra misión en el
mundo es manifestar la Luz de Cristo que triunfa sobre todo mal y sobre las
tinieblas.
Mientras haya cristianos y hombres y mujeres de buena voluntad que
luchen contra el mal, éste no tendrá la última palabra. Cristo es la luz del
mundo y en él no hay tiniebla alguna. La fe que tenemos está, a veces, sujeta a
debilidades. A veces la asaltan dudas y preguntas, pero nuestra fe está viva y
contribuye a esta inmensa lucha contra el mal. La pandemia de coronavirus es,
en cierto modo, imagen de la guerra eterna entre el bien y el mal. En la
Asunción sabemos el precio que hay que pagar para permanecer fieles a nuestra
fe. Tenemos mártires, hermanos y hermanas que han entregado su vida para dar
testimonio de su amor al Señor. Pero también hay muchas personas anónimas que a
lo largo de su existencia, en su sencillez, han estado al servicio de la
humanidad. Inspirémonos en su ejemplo.
Pero en el orden cristiano la fe es siempre sinónimo
de compromiso. ¿Qué puedo hacer para combatir contra el mal? Hay una lucha
dentro de mí que es contra el pecado. La Cuaresma nos invita a hacer sitio a
Dios y a deshacernos de todo lo que obstaculiza nuestro caminar hacia el Reino.
Podríamos hacer un profundo examen de conciencia para mirar a la luz de Cristo
todo aquello que va contra la voluntad de Dios.
Ahora que estamos enclaustrados en nuestras casas y
en nuestras comunidades, hay una comunión espiritual que debe establecerse
entre nosotros. La oración es nuestra fuerza, nuestro refugio. No para huir de
una realidad angustiosa, sino para unirnos más profundamente a quienes luchan
contra el mal, la soledad y la muerte. Pensemos en nuestros hermanos y hermanas
que están enfermos o aislados; recemos por los cuidadores y por todos aquellos
que con su trabajo aseguran la continuidad de los servicios; recemos también
por los pastores y sacerdotes que hoy se ven impotentes y no pueden estar con
el pueblo de Dios.
El jubileo del 175 aniversario de nuestra fundación
está marcado por este flagelo epidémico. Nadie puede pretender estar a salvo.
La Asunción sabe que no tiene la promesa de una vida eterna, pero también sabe
que está llamada a dar gracias a Dios por todo lo que él hace por la humanidad.
Nuestra misión en la Asunción es seguir anunciando la Buena Nueva "sin
sonrojo en su semblante". Para ello, concluyo dejando la pluma a nuestro
Padre San Agustín que, ante el colapso de Roma, veía la posibilidad de una
renovación.
La ciudad que nos vio nacer en la carne sigue en pie.
¡Deo gratias! Quiera Dios que nazca según el espíritu y que pase, junto
con vosotros, a la eternidad. Si la ciudad que nos engendró en la carne perece,
aquélla que nos engendró en el espíritu no pasa...
La ciudad santa, la ciudad fiel, la ciudad que
peregrina en la tierra, tiene sus cimientos en el cielo. ¿Por qué temblar de
que se desmoronen los reinos de la tierra? Dios os ha prometido un reino en el
cielo, para que no perezcáis con los de la tierra...
Así que no nos desanimemos, hermanos; los reinos de
este mundo se acabarán todos. ¿Ha llegado ese final? Dios lo sabe. Tal vez no,
todavía. Y, por debilidad, o por compasión, o por miseria, deseamos que no sea
el final todavía: pero ¿dejará de haber un final por eso?
Poned vuestra esperanza en Dios; desead, esperad los
bienes eternos. Vosotros sois cristianos, Hermanos; somos cristianos. Cristo no
se encarnó para vivir en las delicias: soportemos las cosas presentes en lugar
de apegarnos a ellas. ¿Por qué instalar nuestro corazón en la tierra cuando
esta tierra sólo nos presenta ruinas?»[1]
Pronto celebraremos la Semana Santa y la gran
solemnidad de Pascua. Aunque este año los oficios no contarán con la
participación del Pueblo de Dios, nosotros estaremos unidos todos en el
pensamiento y la oración. Seremos Iglesia a pesar de todo. La Vida de Cristo se
nos va a dar en abundancia. La muerte no tendrá la última palabra.
Que el Espíritu Santo nos guíe a través de las
pruebas de esta vida y nos haga capaces de dar testimonio del Padre y del Hijo.
¡Que el Señor os guarde y os proteja!
Padre Benoît GRIÈRE a.a.
Superior General
Superior General
[1] Sermon 105, in Saint Augustin, maître de vie
spirituelle (San Agustín, maestro de vida espiritual), p.136-137, ediciones
Xavier Mappus, 1960.
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